Una definición
sencilla de democracia podría ser: “Sistema donde el Poder está repartido entre
todos los miembros que han decidido hacer una comunidad, por tanto, para tomar
decisiones o establecer políticas para un fin determinado (por ejemplo, el
bienestar de todos los miembros de la agrupación) se decidirá por votación
libre, es decir, donde la mayoría imponga las ejecuciones que sean más convincentes
y prácticas para el provecho de todos”. A la minoría no le queda otra más que
apretársela, acatar la elección que se les impone, ser tolerantes y críticos
con respecto a la política antagonista, claro, me refiero a poseer la libertad
de expresarlo. La minoría que acepta posponer (más no renunciar), a concretizar
sus ideales por decisión racional de la parte opositora (o por simple capricho
y mera ignorancia de la misma, como es la costumbre) son lo que, en realidad,
demuestran el verdadero espíritu democrático y ese afán por construir una sociedad
enmarcada en leyes que reflejen (o deberían) la codiciada fraternidad. Lo
opuesto sería destruir este contrato social y caer en el autoritarismo de
izquierda, donde el Estado explota al pueblo, o el autoritarismo de derecha,
donde el corporativismo privado explota a los más débiles, desorganizados e
ingenuos.
El reciente caso de
las elecciones de Venezuela nos muestra, con un práctico empate entre los
principales contendientes al gobierno central, que unos pocos (la pequeña
diferencia) han impuesto sus decisiones
a la gran mayoría, es decir, lo opuesto a la democracia ¿Por qué? Porque este
proceso no refleja una diferencia significativa y contundente que preserve o
elimine políticas. Me explico; a Maduro le será sumamente difícil gobernar un
país donde la mitad del electorado prácticamente lo repudia a él y todo lo que
representa (socialismo a ultranza); por otra parte Capriles, que logró sumar un
considerable número de partidarios a su causa, no puede aceptar, así de fácil,
una victoria (Como diría el mismo Hugo Chávez) “Pírrica”. Esto podría acarrear
muchos problemas de gobernabilidad. De las dos mitades en que se ha dividido
este pueblo, el resultado me parece injusto para ambas, por razones opuestas. Es
mi opinión; aunque digan que tienen el sistema electoral más eficiente y la
participación democrática más alta, de nada les va ha servir con tan ridículo
resultado, pues nadie se sentirá seguro del mismo. La democracia es un sistema
que ha de perfeccionarse, para evitar este tipo de pifias, y también los
posibles fraudes cuando el partido en el poder tiene controlado el aparato
estatal (todos los poderes) y destruye a la prensa opositora, reteniendo para
sí el monopolio de la influencia informática.
No me gusta lo que acaba de ocurrir en Venezuela, lo digo con todo respeto. Hubiera preferido el
debacle del régimen chavista, que tanto mal
hizo a mi país Honduras también, pero con margen considerable por parte de
la facción opositora; no obstante, arduo es el trabajo de convencer a la gente, debo reconocer. Venezuela
es un país que comparte muchos problemas (económicos, sociales, políticos y de
seguridad) como mi patria, por su marcado paternalismo y, sobre todo,
corrupción.
Ahora bien, está
más que demostrado en el mundo el fracaso del “bendito” Estado de Bienestar, tan promovido por los progre-sistas, cuyo
desarrollo más bien parece una degeneración y pérdida de valores primales. Un
Estado no puede gastar más de lo que produce, debe ajustarse al rendimiento de
su trabajo. Es obvio que los Estados (estructuras políticas) como los
concebimos, no fueron diseñados para conseguir el bien común, esa es la gran demagogia que debemos denunciar. Primero, porque no todos reconocen la
dignidad ontológica del ser humano que nos hace iguales, y segundo, porque no
saben distribuir la riqueza que extrae del mismo pueblo, ya que no quiere
reconocer la desigualdades entre seres humanos, que nos hacen producir y gozar
nuestra merecidas ventajas gracias a la individualidad, y diferencias, con
respecto a otros. Le quita a quien más aporta para darle a quien no desea
producir, sino hacer que otros lo hagan por el. La libertad consiste en
responsabilizarse por uno mismo, lo cual no deja de ser muy duro y cierto.
Tampoco vamos a sacar a nuestro pueblos del subdesarrollo a pura caridad, cuando
está debe venir de la misma voluntad y amor, y no obligada mediante ordenanzas
públicas. Pero bueno, hay quienes son generosos con el dinero que no es de
ellos y lo reparten a granel para comprar votos. Ya sabrán a quienes me
refiero.
En la naturaleza
existen tres formas de subsistencia: La competencia, la cooperación y el
parasitismo. Siendo, por desgracia, esta última la más eficiente. Sino,
pregúnteselo a las garrapatas y otros ácaros.
El sector no gubernamental
de un pueblo se divide entre la competencia y la cooperación, pero el Estado,
termina por parasitar a todos, a cambio de ciertos servicios que no son muy
eficiente que digamos, aunque sí necesarios.
Hasta que no
encontremos un paradigma que sepa
vincular la necesaria competencia y la cooperación solidaria, la libertad
individual frente al valor colectivo, conciliando sus diferencias, vamos a
seguir siendo víctimas de las tomaduras de pelo de la Clase Política. Ahora
entiendo el menosprecio de Borges por la democracia, porque a veces se nos
transforma en mera estadística.
Saludos.
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