martes, octubre 23, 2012

La verdad implícita en las ciudades modelo.



Es verdad que ahora intento revivir un muerto (blog) para someterlo al calvario de mis pesadas lamentaciones. La renuncia de Paul Romer al proyecto de las RED no fue otra cosa que un mal augurio, sí, que ya se concretizó  por el fallo de la Corte, pues tras esta iniciativa cualquier catracho pudo intuir, como siempre, la mano peluda de la corrupción. La enseñanza que esconde esta tragedia es sencilla: nuestro marco jurídico es incompetente para establecer las bases de un crecimiento económico que nos saque de la pobreza. La pregunta que se hacen algunos ¿por qué aplicar estas reglas a una región en particular y no en todo el país? Creo que se debe a tres desprestigiados actores.

El primero, una burguesía consentida por el favoritismo del Estado, a la cual no le conviene un mercado abierto y competitivo debido a que éste siempre niega sus mejores frutos a los practicantes de la mediocridad; segundo, a una progre-sía retrógrada y bandolera que por lo general vive amamantada de las tetas de chancho que posee el mismo Estado, y le importa un bledo los más de un millón de personas en paro que tiene este país. Los primeros secuestran el mercado con su compadrazgo corporativista, los segundos, gracias a su religión rebautizada como socialismo del siglo XXI,  optan por la eliminación sistemática del mismo; interponiendo cuanto recurso de inconstitucionalidad chovinista para coartar la expansión del libre mercado y todo lo que ello implica. Luego, esta misma economía, casi inexistente en nuestro país, sirve por igual a los dos grupos fácticos como cabeza de turco. Nos queda pues, un tercer actor, natural, en medio de la vorágine. Me refiero a nuestro campechano presidente que, al principio de su gestión, tomó una actitud populista para simpatizar con todos, pero al final resulta no quedar bien con nadie; por tal razón ahora se las quiere cargar con medio mundo. 

Y así nos llevan al resto de ciudadanos comunes sometidos al desempleo. Lo peor del caso, como es resabido, es la mala imagen que proyectamos al mundo por nuestra falta de credibilidad. No estamos abiertos a los grandes negocios, de una forma limpia y clara, sino a los grandes cagadales, casi siempre invisibles, que sólo pueden ser percibidos por su fetidez sin que alguien pueda descifrar el paradero de semejantes porquerías. De llevar las cosas por el mismo rumbo, aunque publicitemos el país con mujeres en tangas, nunca seremos capaces de atraer ni siquiera a la más libidinosa de las inversiones y, claro, a las que en verdad generan masivas fuentes de trabajo. 

Saludos.

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