El otro día que anduve por un
centro comercial aquí en Tegucigalpa y miré a un grupo de colegialas, de
inmediato me llamó la atención su uniforme: lucían faldas arriba de
la rodilla, con sus caritas bien maquilladas, reluciente joyería y peinados con cierto toque de extravagancia. No
pude evitar reírme, eso sí, con discreción. En verdad parecían chicas que se preparan para
esos concursos de vanidades más que alumnas de una institución seria. Pero al
ver los colores de sus atuendos uno se percata que estudian en colegios
públicos ¡Con razón!
Esto es producto de la dejadez de
un sistema educativo que, en cierta medida, ya ni se preocupa por los aspectos
formales. Lo peor de todo es que muchos de estos jóvenes sienten que van
progresando intelectualmente cuando aprueban sus asignaturas, sin embargo ignoran
que reciben la peor educación que puedan imaginarse; y se hace evidente cuando pegan de bruces en los exámenes de admisión de las universidades; no saben escribir, y ni les importa.
Aceptémoslo, en la educación
pública los jóvenes pasan a un tercer plano. Ahora son instrumentalizados por los mismos profesores para alcanzar fines políticos, se les regala dinero del
erario sin exigir cuentas o responsabilidad alguna, tienen como héroes a
delincuentes, padecen una distorsión de valores debido al relativismo y van en aumento los casos de adolescentes embarazadas. Y si esto
no fuera suficiente, añadamos la responsabilidad paternal, que por una parte recurre a la sobreprotección de los hijos, y en
otra, prefiere la despreocupada negligencia que producirá en el futuro individuos
dedicados a la creciente actividad delictiva, no solo por falta de oportunidades,
sino que por carecer de auténticos valores.
Llegaremos a un punto donde cabrá
la pregunta ¿Qué es peor, no tener educación académica o mal educarse en los
mismos centros educativos? Será una encrucijada. Quedarse marginado o
convertirse, en el “mejor” de los casos, en un auténtico analfabeto funcional.
Saludos.
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