En la pasada administración el ex-presidente Ricardo Maduro tomó un vuelo privado cuyo boleto tenía el sello del inframundo. Pero al hombre lo protegió Dios, digo que fue Jesucristo, no sé. Todo para que presenciara en carne viva la derrota de su partido y formara parte de aquel aburrido evento de cambio de gobierno ocurrido dos años atrás, cuya pusilanimidad aún siento en mi pecho. Fue también el final de un patético romance presidencial, del cual es mejor no comentar nada. Pero el hombre ahora está tranquilo, libre del calvario que es complacer a tanto hondureño renegón, miserable y amargado, en ese puesto de Presidente de la República.
Ahora le tocó a Don Mel surcar los cielos, nada menos que a velocidades supersónicas, jineteando uno de los obsoletos F5 que tienen nuestras fuerzas militares, pero con mejor fortuna que su antecesor. Quizás con tales aparatos seamos capaces de hacerle frente a los famosos corsarios de la segunda guerra mundial, los que salían en una de mis series favoritas de TV llamada Los Tigres Voladores. Vaya a usted a saber quién los utiliza en la actualidad.
Es aceptable, justo y lógico que nuestro presidente constate personalmente el estado de unos armatostes tan caros y de costoso mantenimiento (Pensé que los habían vendido en el gobierno de Reina). Es un privilegio que con todo derecho asume. Solamente. No voy a ensalzar su acción como lo hace el editorial de un noticiero. Al bajarse del avión, Mel nos cuenta que “no sabía si andaba patas arriba o patas abajo”. De todos modos es un hombre valiente, que domina el caballo y las motos de lujo en acción proselitista.
Me gustaría ver que los presidentes hondureños y sus funcionarios constaten, por ejemplo, el funcionamiento de los centros penitenciales en nuestra querida patria, pasándose algún tiempo ahí, coexistiendo dentro de las bartolinas sin privilegio alguno, en un sana convivencia con el resto de los reos y mareros. Sería una experiencia liberadora, para el pueblo catracho. Y por quién gobernara no habría que preocuparse, creo que estaremos bien por un tiempo viviendo en la anarquía, o en el anarco-capitalismo.
También sería importante que constaten en carne propia el estado de los buses del trasporte público. Viajando en esas tortuosas latas sin mantenimiento, llenas hasta el copete de gente apiñada en una masturbación colectiva de padre y señor nuestro. Seguro se enfrentaría a la experiencia de estrellar la cara con un par de horrendas nalga, que les tiren un pedo en el mero rostro, los vomite un bebé o un bolo, los golpee un hippie loco, aguanten los insultos de predicadores neuróticos si no les dan pisto para la colecta, tolerar el reggeton a todo volumen hasta que se te revienten los tímpanos, exigirle al cobrador que deje de hacerse el papo y te de tu cambio, esperar una eternidad en una estación hasta que el bus se llene otra vez, correr a velocidades temerarias porque los pilotos de fórmula 1 están peleando ruta y, ante todo, los constantes atracos dentro de los mismos.
Como se puede apreciar, uno sale de esos buses sin saber con exactitud si anduvo patas arriba o patas abajo. Pero dándole gracias a Dios por permanecer aún con vida. Así, Don Mel está mas seguro viajando en un F5, teniendo mejores probabilidades de sobrevivir que un hondureño promedio dentro de esos ataúdes rodantes. Al menos, digo yo, en los jets Mel tiene algún tipo de armamento con el cual defenderse. Pero el resto de catrachos no. Exceptuando los ladrones, claro.
Espero que Mel sea el único funcionario público en darse un “raite” en aviones de guerra, no vaya a ser que el piloto sea nacionalista y le de por eyectarse de la cabina en pleno vuelo, dejando a su suerte al inexperto copiloto colorado. Ni quiera Dios, más ahora que los cachurecos se valen de cualquier pretexto estúpido para hacerles oposición política los dizque liberales.
Saludos, disculpen la extensión.
Ahora le tocó a Don Mel surcar los cielos, nada menos que a velocidades supersónicas, jineteando uno de los obsoletos F5 que tienen nuestras fuerzas militares, pero con mejor fortuna que su antecesor. Quizás con tales aparatos seamos capaces de hacerle frente a los famosos corsarios de la segunda guerra mundial, los que salían en una de mis series favoritas de TV llamada Los Tigres Voladores. Vaya a usted a saber quién los utiliza en la actualidad.
Es aceptable, justo y lógico que nuestro presidente constate personalmente el estado de unos armatostes tan caros y de costoso mantenimiento (Pensé que los habían vendido en el gobierno de Reina). Es un privilegio que con todo derecho asume. Solamente. No voy a ensalzar su acción como lo hace el editorial de un noticiero. Al bajarse del avión, Mel nos cuenta que “no sabía si andaba patas arriba o patas abajo”. De todos modos es un hombre valiente, que domina el caballo y las motos de lujo en acción proselitista.
Me gustaría ver que los presidentes hondureños y sus funcionarios constaten, por ejemplo, el funcionamiento de los centros penitenciales en nuestra querida patria, pasándose algún tiempo ahí, coexistiendo dentro de las bartolinas sin privilegio alguno, en un sana convivencia con el resto de los reos y mareros. Sería una experiencia liberadora, para el pueblo catracho. Y por quién gobernara no habría que preocuparse, creo que estaremos bien por un tiempo viviendo en la anarquía, o en el anarco-capitalismo.
También sería importante que constaten en carne propia el estado de los buses del trasporte público. Viajando en esas tortuosas latas sin mantenimiento, llenas hasta el copete de gente apiñada en una masturbación colectiva de padre y señor nuestro. Seguro se enfrentaría a la experiencia de estrellar la cara con un par de horrendas nalga, que les tiren un pedo en el mero rostro, los vomite un bebé o un bolo, los golpee un hippie loco, aguanten los insultos de predicadores neuróticos si no les dan pisto para la colecta, tolerar el reggeton a todo volumen hasta que se te revienten los tímpanos, exigirle al cobrador que deje de hacerse el papo y te de tu cambio, esperar una eternidad en una estación hasta que el bus se llene otra vez, correr a velocidades temerarias porque los pilotos de fórmula 1 están peleando ruta y, ante todo, los constantes atracos dentro de los mismos.
Como se puede apreciar, uno sale de esos buses sin saber con exactitud si anduvo patas arriba o patas abajo. Pero dándole gracias a Dios por permanecer aún con vida. Así, Don Mel está mas seguro viajando en un F5, teniendo mejores probabilidades de sobrevivir que un hondureño promedio dentro de esos ataúdes rodantes. Al menos, digo yo, en los jets Mel tiene algún tipo de armamento con el cual defenderse. Pero el resto de catrachos no. Exceptuando los ladrones, claro.
Espero que Mel sea el único funcionario público en darse un “raite” en aviones de guerra, no vaya a ser que el piloto sea nacionalista y le de por eyectarse de la cabina en pleno vuelo, dejando a su suerte al inexperto copiloto colorado. Ni quiera Dios, más ahora que los cachurecos se valen de cualquier pretexto estúpido para hacerles oposición política los dizque liberales.
Saludos, disculpen la extensión.
3 comentarios:
Estimado David:
Me ha gustado mucho la forma en que has tocado este tema. Realmente no lo había visto desde ese punto de vista. En lo personal, simple y sencillamente, la gran "hazaña" de Mel me pareció totalmente fuera de lugar para un Presidente, sin tomar en cuenta lo caro, riesgoso, infantil y absurdo.
Lo que más me molestó fue escucharle decir que "se siente más hondureño al haber volado en un F5"...creo que fue un efecto del vuelo, el que le hizo decir tal estupidez.
Gracias por recordarme las grandes hazañas que tenemos que hacer cada día al usar el transporte público!
¿Si eso dice Mel al bajarse de un avión caza, te imaginas qué diría al bajarse de un bus de ruta urbana?
Saludos.
Compruebo que animas a Mel a practicar verdaderos deportes de riesgo :))
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