Cada vez que el gobierno de JOH
hace alarde de sus acciones para refrenar el crimen organizado, saca pecho de estadísticas
que le arrancan pequeños porcentajes a la violencia, aparecen, al día siguiente,
ciudadanos masacrados en las principales ciudades de este país. Lo mismo ha
ocurrido con la mentada operación “Avalancha”, que puso al descubierto a dónde
iba a parar todo ese dinero que supuestamente procede de la extorción. Y de
repente, tras un fatídico madrugón se anuncia el asesinato de la dirigente indígena
y activista del medio ambiente Berta Cáceres. Los ecos traspasaron nuestras delicadas
fronteras y la condena internacional del crimen le cayó como balde de agua fría
al Gobierno, que por aquel entonces transaba el escenario político para una
posible reelección presidencial con sus adversarios. La promoción de seguridad se
desplomó con este lamentable hecho. Ahora, las preocupaciones se le agolpan al
Presidente porque es incapaz de invertir esa maldita imagen
de país violento y corrupto que posee Honduras; cuya responsabilidad, lo
sabemos, tiene mucho que responder toda nuestra clase política.
Y hablando de grupos políticos (de uno en particular)
notamos que en el sepelio mediático de Cáceres abundaba en dolientes carentes
de lágrimas; pero no de consignas incriminadoras, patéticas muestras de repudio
que colgaban de puentes y lo que siempre les ha caracterizado cada vez que se
manifiestan: el pillaje que proyecta su aversión hacia la propiedad privada, el
capital y las personas que lo trabajan y se benefician del mismo ¿Y por qué no?
también les vale esa muerte para hacer proselitismo; nunca está de más reciclar
el cuerpo de sus partidarios para llenar de significado sus espectáculos
carentes de sentido común, ni se echará de menos esa falta de moral en una raza
de víboras que juegan a ser dioses y héroes por su nefasta sed de poder.
Son nuestra propia clase Zelota,
a la hondureña, que nos “defiende” del imperio gringo por medio de su radical y
deformado credo socialista. Estas personas que desean refundar el país a punta
de violencia y la tergiversación del auténtico espíritu democrático, valiéndose
de la ignorancia del mismo pueblo al que pretenden someter. El mesianismo
político es bastante común en países con la impronta milenaria de estar siempre
dependiendo de amos, y no de querer trazar la ardua, pero más justa, senda hacia
el desarrollo sin tener que sacrificar nuestra libertad.
Saludos.
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