La violencia es inherente al ser humano; por tanto, a nadie le debería extrañar que acciones tales como la
guerra sean, históricamente, una de nuestras vitales caracterizaciones, por
muy detestable que nos pueda parecer; ni tampoco es justo, aunque comprensible en
ciertos casos, desarrollar una misantropía que haga repudiable nuestra existencia
en el universo por este rasgo, tan natural, e igualmente distintivo de casi toda
forma de vida que conocemos.
La violencia va en nuestros
genes, aporta la fuerza que requerimos para sobrevivir. Incluso, hasta las
deidades en las cuales el hombre ha puesto su fe a lo largo de milenios, y de
las cuales él mismo cree que deriva a imagen y semejanza, también han mostrado
ser belicosas cuando es necesario.
Eso de que hemos sido creados
para la paz, más que un idealismo romántico, resulta una tremenda falacia que
solo se la tragan ciertos ilusos. Hasta el propio Jesucristo declaró que no
vino precisamente a traer la paz en la tierra (Mt 10:34), o al menos la paz que
nosotros exigimos.
Tampoco es correcto pensar que nuestra
finalidad es ser hostiles y crueles. La misma vida impone la necesidad de un
espacio y tiempo para la paz, que casi siempre es relativo, por ello es tan
precioso y anhelado por los seres humanos; porque la paz no es absoluta.
Pero en occidente tenemos un colosal
dilema ideológico para concebir la paz y atender la guerra. Las ideologías pudientes
en la actualidad (socialismo y socialdemocracia), odian más a sus adversarios
políticos que a los propios terroristas que pretenden combatir. La estupidez de
las masas consiste en responder a las agresiones con un pacifismo pusilánime
y descaradamente hipócrita, por las razones antes expuestas. Y de ese fraccionamiento
cultural insufrible se aprovechan el enemigo para asestar la puñalada cuando
menos se espera.
Occidente se muestra compungido
con las victimas de París y Bruselas, pero poco o nada dice de las matanzas en África,
o los católicos masacrados solo por practicar su fe allí donde estos grupos extremistas
tienen sus bastiones, ya lo sabemos. Nos falta integridad y ser honestos para
dar respuestas eficaces. Nuestras luchas intestinas, aunque no siempre son
llevadas a cabo con armas, terminan por hacernos vulnerables ante un enemigo
que conoce perfectamente las debilidades de nuestra cultura y sistema.
Si bien
esto no se ha resuelto a punta del tradicional bombardeo, tampoco la solución
pasa por los típicos plantones para lucir caras demacradas, cantar la patética
canción “Imagine” de John Lennon o hacer circular toda clase de memes
anti-belicistas por las redes sociales. De nada sirve renegar sobre nuestra
naturaleza violenta y hacernos los sorprendidos cuando vemos esta clase de
atentados, eso no soluciona en concreto ninguna guerra, más bien creo que las ha
prolongado.
Saludos.
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