Cuando alguien me dice que prefiere tener una relación directa con Dios
que por medio de un intercesor, me parece que estoy escuchando una muestra
de prepotencia e ignorancia cristiana, ardid teológico donde unos creen tener
superioridad moral y espiritual frente a otros de credo parecido. Se olvidan (o
no quieren reconocer) que Dios siempre ha utilizado intercesores para
comunicarse con los seres humanos: como los ángeles, los profetas, el propio
Jesucristo, incluso una paloma; hasta sus discípulos fueron asignados como sus
representantes en la tierra. Hoy sólo se
puede reconocer a Dios a través de las versiones que ellos dejaron del evangelio.
Es verdad que no soy devoto de todas
las tradiciones que, en nuestro país, a veces
se practican sin entendimiento, como el buey que tira del arado. Tras
ellas descubro a personas que intentan esconder sus porquerías bajo la sombra
de las buenas costumbres católicas, para después burlarse del pecador culposo y
“dominguero”; o los que rebajan la liturgia al peripatético show mediático de moda,
porque hay que hacer cualquier cosa e inventar toda clase de patrañas con la
intención de sustentar la fe, como si tener el mero compromiso nos hace inmunes
al vicio de la irracionalidad fanática. Con esto último no me refiero a otras
religiones basadas en el protestantismo, sino a las ovejas trasgresoras del
propio rebaño, que no se encuentran descarriadas, sino acorraladas en el redil, presas de su propio ego como imagen
viva de un dios en el que me rehusó a creer.
Un saludo.
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