Cierto es que en Honduras la
prensa hace un espectáculo amarillista cuando
se trata del crimen de alguna persona con aspiraciones faranduleras, donde
saltan, como sapos desde el fango de una vieja charca, toda serie de lamentaciones
e irrefrenable consternación pública que, según deduzco de estos diarios, pretende superar el
dolor por pérdida de los familiares de las víctimas. Porque claro, reseñar el
asesinato de una figura pública hace despertar, más que consternación, el morbo
por saber hasta el más cruento detalle del acontecimiento, para lo cual esa
maquinaria de impresión trabaja y vive. Si, los que se entretienen con baños de
sangre. Y otros menos curiosos, con el
temor de padecerla.
El escándalo es aprovechado por
ciertas organizaciones de la sociedad civil para reivindicar su existencia y el
papel que juegan en nuestra sociedad; mediante la clásica rasgadura de túnicas
frente a las cámaras, y las marchas de indignación carnavalesca llenas de
mensajes pacifistas con un tono curiosamente bélico, que es su forma preferida de
hacerse notar. El momento es propicio para vendernos su ideología de género con
el que intentan (por nuestro propio bien) domesticar al hombre machista. Para
ello se inventan un enfoque tan enredado que termina por entenderse como la simple
demonización del hombre y victimiza a la mujer, enfrentándoles el uno al otro, como
enemigos. En la práctica, su abordaje se apega al legalismo más punitivo que
podamos imaginarnos. Pese a sus enconados esfuerzos por mitigar la violencia,
esta, por el contrario, va en un nocivo aumento.
El problema de la criminalidad
tiene su núcleo, y no es el hombre propiamente dicho, sino más bien en el
entorno en el cual se desarrollan las personas; ese grupo o grupos donde se
aprende una idiosincrasia que conformará la cosmovisión de cada individuo. Es
la crianza de los hijos que nos está fallando seriamente, que se da, en ese
grupo llamado la familia (O lo que queda de ella), cuyos valores se
distorsionan debido a una práctica que se aleja de una formación intelectual
rigurosa, que genere una moral coherente e igualitaria en cuanto a respeto
entre seres humanos, sin desestimar sus diferencias personales.
Un enfoque dirigido a la familiar nos
aproxima a la problemática que padecemos en nuestro país
en lo referente a la violencia y el crimen, por tanto, nos ayudaría mucho mejor
que poner militares a ocupar roles de policía para vigilancia. Pero existe un
problema: analizarlo desde un enfoque de familia resulta, para la mentalidad de
estas organizaciones, algo machista y conservador. Porque claro, ellos tienen
otros intereses políticos para nuestra sociedad. Proteger a las mujeres es sólo
un método y no un fin. En otras palabras, más que acompañar y brindar soporte
que contribuya a nuestro desarrollo, su tarea consiste en controlarnos según el
molde de unas convicciones algo desfasadas (pero revestidas como novedad),
tanto de tiempo como de lógica.
Estudiar los entornos familiares
nos revelaría por qué surgen tantos hombres y mujeres con conductas
antisociales. Insinuar que hay una guerra en contra las mujeres, en Honduras,
es un intento por falsear la realidad a favor de una ideología que ha
demostrado, en reiteradas ocasiones, su marcado menosprecio a la familia y a las
libertades individuales.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario