La literatura puede formar parte de un ensayo terapéutico, querámoslo o no, el acto de escribir aquello que nuestra imaginación y razón dictan, influidas por frustraciones o desaciertos, se convierte muchas veces en una experiencia liberadora, sin obviar sus principales finalidades: arte y comunicación.
Tribulaciones e ideales toman forma de fábulas tétricas, mundos que caen sobre débiles hombros sin una sólida justificante, todo ello rellena el espacio blanco que ninguna mente acostumbrada al ritualismo de la vida cotidiana tiene tiempo de hacer, precisamente, de una manera tan singular.
¿Se trata acaso de un simple relato triste o lastimero inspirado en una noche depresiva? ¿Acaso lleva implícito elementos racionales que pasan desapercibidos al lector inexperto? ¿Es una forma de darnos a entender algo sin necesidad de nombrarlo siquiera, pero que podemos sentir al pasarle los ojos? ¿Querrá el autor simplemente que nos compadezcamos del pobre Gregorio Samsa? ¿Será todo eso o nada?
A leer a Kafka, me digo a mí mismo, que su vida no fue tan triste como la pintan muchos, ni sus escritos tan lóbregos y amargos como se piensa. Tampoco creo que en verdad quiso eliminar su obra literaria, incluso, considero –sin animo de arrogancia- que ni siquiera su amigo Max Brod lo comprendió del todo, bien.
Cuando releo alguna obra del escritor checo encuentro algo nuevo, puesto que vengo mejor preparado para desentrañar el enigma de sus Esfinges. Leer suele ser un hábito tan deportivo como jugar al ajedrez; a pesar de no ser todo un atleta de la lectura, la constante exposición al conocimiento tensa y tonifica los nudos cerebrales, ampliando la conciencia de uno, o la de cualquiera.
No me angustio por superar mi marca amateur, al no realizar sobre esfuerzos evitaré que me surjan hernias cognoscitivas, por ahora. Y no es que la lectura vuelva Quijote a lector, sino que el lector interprete en base a sus quijotadas la lectura lo que en verdad pesa; de ahí nacen los desvaríos que no logran clasificar bien la mentalidad ligth que, hoy como siempre, está tan de moda.
La literatura de Kafka es tan interesante para un lector, como su vida personal lo es para un psicólogo. Hay material que analizar, hay vacios que generan misterio. Ambas cosas producen un magnetismo irresistible y, por qué no decirlo, -aunque parezca atrevido- se puede presumir una posible identificación no reencarnante.
Kafka nos ensaña… no, con Kafka aprendemos que no es necesaria una obra perfecta la que cuenta a la hora de ganar atención, respaldos, consideraciones y créditos; es más, ni siquiera es necesario terminarla para lograr tales objetivos. De no ser así deberíamos despreciar cuantas ruinas arqueológicas existan, sin el menor consentimiento por imaginar sus días de esplendor.
Los dejo con una interpretación de la productora Hipotálamo films (curioso nombre) de la obra más popular de Kafka, La Metamorfosis.
Parte 1
Parte 2
Saludos
1 comentario:
Ya conocía alguna de estas reflexiones tuyas sobre Kafka. También estoy de acuerdo en que no es necesaria la obra perfecta para justificar el oficio de escritor.
Insólita versión metamorfoseada.
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