En el recuentro de las palabras hablamos de Honduras como si fuese un proyecto de estado a largo plazo, con cifras calculadas sobre un presupuesto cuadrado y metas por revivir. Renovados esfuerzos se entremezclan con cánticos y alabanzas, brota la esperanza del fango y el olor a pobre se recubre con luces cegadoras. Un nuevo año, nuevas oportunidades y, al final, nos topamos de narices con los mismos resultados. ¿Qué ha fallado? Se preguntan unos –Los responsables rendirán cuentas- Se dicen los otros. –Miren ustedes, aquí hay corrupción- Les aclaran aquellos. Todos se juntan, deliberan, se escuchan, entienden, toman acuerdos. Concluyen: Formemos una comisión.
Y de comisión en comisión vamos atando cabos. “En Honduras hay corrupción pero no corruptos” dice uno por ahí. Es un techo sustentado por paredes invisibles, las cuales son interpretadas como barreras inexpugnables que se cierran el horizonte. Nos llueve algo rancio al salir a la calle, al mirar el televisor nos sentimos estafados, desconfiamos de la dulce voz cuando hablamos por teléfono, preferimos no ver el periódico y llevar el celular apagado.
En la calle de mi barrio bailan las balas mientras mis vecinos son condenados a una arquitectura carcelaria que asegura, por largos intervalos de aprensión, la integridad familiar. Los ricos son secuestrados, los pobres ultrajados, la clase media al borde de la extinción. Sobrevivimos gracias a la limosna y las remesas extranjeras, vamos bien ya que estemos vivos y con fuerzas, que para eso está el café y la pacha de guaro. Los frijoles para el afortunado, el maíz para mantenerte sano. ¿Qué más se puede pedir? Ah, si. Un Olimpia que le da hostias a los monaguenses dentro del templo para una perfecta tarde de domingo.
¿Qué nos hace pensar ahora que este año será diferente? ¿La esperanza? No. ¿La fe emocional? Tampoco, esa se va al acabarse la feria. Seguro vamos por el mismo resultado, ya que insistimos en apostar por el cambio procurando ser la misma gente de siempre.
Y de comisión en comisión vamos atando cabos. “En Honduras hay corrupción pero no corruptos” dice uno por ahí. Es un techo sustentado por paredes invisibles, las cuales son interpretadas como barreras inexpugnables que se cierran el horizonte. Nos llueve algo rancio al salir a la calle, al mirar el televisor nos sentimos estafados, desconfiamos de la dulce voz cuando hablamos por teléfono, preferimos no ver el periódico y llevar el celular apagado.
En la calle de mi barrio bailan las balas mientras mis vecinos son condenados a una arquitectura carcelaria que asegura, por largos intervalos de aprensión, la integridad familiar. Los ricos son secuestrados, los pobres ultrajados, la clase media al borde de la extinción. Sobrevivimos gracias a la limosna y las remesas extranjeras, vamos bien ya que estemos vivos y con fuerzas, que para eso está el café y la pacha de guaro. Los frijoles para el afortunado, el maíz para mantenerte sano. ¿Qué más se puede pedir? Ah, si. Un Olimpia que le da hostias a los monaguenses dentro del templo para una perfecta tarde de domingo.
¿Qué nos hace pensar ahora que este año será diferente? ¿La esperanza? No. ¿La fe emocional? Tampoco, esa se va al acabarse la feria. Seguro vamos por el mismo resultado, ya que insistimos en apostar por el cambio procurando ser la misma gente de siempre.
2 comentarios:
Pesimista recorrido por la calle hondureña de sus entretelas. Esta pirámide hay que empezarla por arriba. Despacio, pero los que pueden dejar de ser ladrones, que empiecen.
Al hilo de algunas frases de este post, pienso en quienes afirman que hay que ser implacables con el delito y compasivos con el delincuente. Depende.
Triste pero sierto amigo Mickel, y no es que en Honduras no tenga remedio, mas bien está todo por hacer.
Saludos.
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