La tragedia chilena, cuando aún se lamenta la devastación en Haití, nos conmociona.
Me solidarizo con este pueblo, especialmente con todos aquellos que han perdido seres queridos, así como los bienes materiales por los cuales tanto se lucha. Tengo la esperanza que estos poblados y ciudades logren recuperase, sin bien de manera paulatina aunque dolorosa, hacia una reconstrucción cuya base considere tan fatídico evento.
En este tipo de contingencias deben especializarse los organismos internacionales, en vez de crear conflagraciones frente a países desarrollados, hacer triquiñuelas en base a energéticos o concentrar la política en un sólo eje ideológico que domine la región.
Las imágenes de los saqueos en estas comunidades refleja la crisis que se vive en el país andino. Pero no es de extrañar que, tras la falta de recursos, el miedo, la incertidumbre, entre otros factores, en la mente de muchas personas reine la desesperación, anulen sus reservas morales e intente sobrevivir, bajo cualquier medio, a semejante calamidad. Sin embargo, no es lo mismo saquear una sucursal por alimentos que aprovechar el contexto para hacer pillaje o abusar de otras personas.
Es temprano para sacar conclusiones, pero cabe acotar que ningún gobierno o partido político puede darse el lujo de considerar este tipo de fenómenos naturales como una consecuencia “imprevista”. El hecho de que aún no se pueda predecir con exactitud dónde y cuándo ocurrirá un terremoto de semejante magnitud, es la mejor advertencia que nos indica que, tarde o temprano, esto ocurrirá y debemos estar preparados.
Saludos.
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